No-Cosas - Reseña crítica - Byung-Chul Han
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No-Cosas - reseña crítica

No-Cosas Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Tecnología y innovación y Historia y filosofía

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9789877370645

Editorial: Taurus

Reseña crítica

Hoy estamos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas. No son las cosas sino la información lo que determina el mundo en que vivimos.

Han Byung-Chul nos invita a realizar una reflexión profunda en un libro que propone un camino lleno de revelaciones y mensajes profundos.

La información, las no-cosas

Hoy en día, el mundo se vacía de cosas y se llena de información inquietante, como voces sin cuerpo. La digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo. En lugar de guardar recuerdos, almacenamos inmensas cantidades de datos. Los medios digitales sustituyen así a la memoria, haciendo su trabajo sin violencia ni demasiado esfuerzo. La información falsea los acontecimientos.

Se nutre del estímulo de la sorpresa. Pero este no dura mucho. Rápidamente, sentimos la necesidad de nuevos estímulos, y nos acostumbramos a percibir la realidad como una fuente inagotable de esos estímulos. Como cazadores de información, nos volvemos ciegos ante las cosas silenciosas y discretas, incluso las habituales, las menudas y las comunes, que no nos estimulan pero nos anclan en el ser.

Es nuestro frenesí de comunicación e información lo que hace que las cosas desaparezcan. La información, es decir, las no-cosas, se coloca delante de las cosas y las hace palidecer. No vivimos en un reino de violencia, sino en un reino de información que se hace pasar por libertad.

De la cosa a la no-cosa

Nuestra obsesión no son ya las cosas, sino la información y los datos. Ahora producimos y consumimos más información que cosas. Nos intoxicamos literalmente con la comunicación. Las energías libidinales se apartan de las cosas y ocupan las no-cosas.

La consecuencia es la infomanía. Todos nos hemos vuelto infómanos. El fetichismo de las cosas se ha acabado. Nos volvemos fetichistas de la información y los datos. Hasta se habla ya de "datasexuales".

En este mundo controlado por los algoritmos, el ser humano va perdiendo su capacidad de obrar por sí mismo: su autonomía. Se ve frente a un mundo que no es el suyo, que escapa a su comprensión. Se adapta a decisiones algorítmicas que no puede comprender. Los algoritmos son cajas negras.

Las fake news son informaciones que pueden ser más efectivas que los hechos. Lo que cuenta es el efecto a corto plazo. La eficacia sustituye a la verdad.

El mundo se pierde en las capas profundas de las redes neuronales, a las que el ser humano no tiene acceso.

Todo lo que estabiliza la vida humana requiere tiempo. La fidelidad, el compromiso y las obligaciones son prácticas que requieren mucho tiempo. La desintegración de las arquitecturas temporales estabilizadoras, entre las que también se cuentan los rituales, hacen que la vida sea inestable. Para estabilizar la vida, es necesaria otra política del tiempo.

Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad.

Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia ni duración.

Metafóricamente hablando: la mano del ser humano es el órgano del trabajo y la actividad. El dedo, en cambio, es el órgano de la elección. El humano manualmente inactivo del futuro solo hará uso de sus dedos. Elegirá en lugar de actuar. Para satisfacer sus necesidades presionará teclas.

Su vida no será un drama que le obligue a actuar, sino un juego. Tampoco querrá poseer nada, sino experimentar y disfrutar.

La dominación perfecta es aquella en la que todos los humanos solamente juegan. Juvenal caracterizó con la expresión "panem et circenses" aquella sociedad romana en la que ya no era posible la acción política. La gente se calla con comida gratis y juegos espectaculares. Renta básica y juegos de ordenador serían la versión moderna del pan y circo.

De la posesión a las experiencias

Experimentar significa, abstractamente formulado, consumir información. Hoy queremos experimentar más que poseer, ser más que tener. Experimentar es una forma de ser.

De forma indolora, casi sin corazón, nos separamos de las cosas que antes eran queridas. Significativamente, la mayoría de los participantes en el programa quieren emplear en viajes los billetes que les entregan en mano, como si los viajes fuesen rituales de separación de las cosas.

Los recuerdos conservados en las cosas dejan súbitamente de tener valor. Tienen que dejar paso a nuevas experiencias. Parece claro que la gente de hoy ya no es capaz de quedarse con las cosas, ni de vivificarlas haciendo de ellas sus fieles compañeras. Las cosas queridas suponen un vínculo libidinal intenso.

En la actualidad no queremos atarnos a las cosas ni a las personas. Los vínculos son inoportunos. Restan posibilidades a la experiencia, es decir, a la libertad en el sentido consumista.

Hasta del consumo de cosas esperamos ahora experiencias. El contenido informativo de las cosas, la imagen de una marca, por ejemplo, es más importante que el valor de uso. De las cosas percibimos sobre todo la información que contienen. Al adquirir cosas, compramos y consumimos emociones.

La información no es tan fácil de poseer como las cosas. Esto deja la impresión de que la información pertenece a todos. La posesión define el paradigma de las cosas. El mundo de la información no está hecho para la posesión, pues en él rige el acceso.

En la era de las no-cosas, puede percibirse un tono utópico en la posesión. La intimidad y la interioridad caracterizan a la posesión. Solo una relación intensa con las cosas las convierte en una posesión. 

Los productos de consumo acaban tan pronto en la basura porque no los usamos, porque ya no los poseemos. La posesión se interioriza y se carga de contenidos psicológicos. Las cosas que poseemos son contenedores de sentimientos y recuerdos.

La historia que se deposita en las cosas mediante un largo uso les confiere un valor sentimental. Pero solo las cosas discretas pueden cobrar vida por un intenso apego libidinal. Los bienes de consumo actuales son indiscretos, intrusivos y chismosos.

El smartphone

Los continuos toqueteos y deslizamientos sobre el smartphone son un gesto casi litúrgico que masifica la relación con el mundo. La información que no me interesa la borro en un instante. En cambio, los contenidos que me gustan puedo ampliarlos con los dedos. Tengo el mundo completamente bajo control. El mundo tiene que cumplir conmigo.

El smartphone refuerza así el egocentrismo. Al tocar su pantalla, someto el mundo a mis necesidades. El mundo parece estar digitalmente a mi entera disposición.

En la era del smartphone, hasta el sentido de la vista se somete a la compulsión háptica y pierde su lado mágico. Extravía el asombro. La visión que anula la distancia y consume se adhiere al sentido del tacto y profana el mundo. 

Ante ella, el mundo solo aparece en su disponibilidad. El tacto del dedo índice hace que todo sea consumible. El dedo índice que pide artículos o comidas, necesariamente traslada su hábito consumista a otros ámbitos.

Todo lo que toca adquiere forma de mercancía. En Tinder, degrada al otro a objeto sexual. Privado de su otredad, el otro también se torna objeto consumible.

En la comunicación digital, el otro está cada vez menos presente. Con el smartphone nos retiramos a una burbuja que nos blinda frente al otro. En la comunicación digital, la forma de dirigirse a otros a menudo desaparece.

Al otro no se le llama para hablar. Preferimos escribir mensajes de texto, porque al escribir estamos menos expuestos al trato directo. Así, desaparece el otro como voz. La comunicación a través del smartphone es una comunicación descorporeizada y sin visión del otro.

El smartphone no solo es un infómata, sino un informante muy eficiente que vigila permanentemente a su usuario. Quien sabe lo que sucede en su interior algorítmico se siente, con razón, perseguido por él. Él nos controla y programa. No somos nosotros los que utilizamos el smartphone, sino el smartphone el que nos utiliza a nosotros.

La selfie

Las selfies no se hacen para guardarlas. No son un medio de la memoria. Por eso no se hacen copias de ellas. Como cualquier información, están ligadas a la actualidad. Las repeticiones no tienen sentido. Se conocen una vez. 

Su condición se asemeja a la de un mensaje oído en un contestador automático. La comunicación digital de imágenes las relega a la condición de mera información.

El Snapchat Messenger, que borra las fotos a los pocos segundos, corresponde a su esencia. Estos mensajes tienen la misma duración que los verbales. Otras fotos que tomamos con nuestros smartphones también se tratan como información. Nada hay en ellas que se parezca a una cosa. 

Su condición es fundamentalmente distinta de la de las fotografías analógicas. Estas son más cosas perdurables que no-cosas instantáneas.

El Snapchat Messenger consuma la comunicación digital instantánea. Representa el tiempo digital en su forma más pura. Solo cuenta el momento. Su story no es una historia en el sentido propio de la palabra. No es narrativa, sino aditiva. Se agota en un encadenamiento de instantáneas.

El tiempo digital se compone de una mera secuencia de presentes puntuales. Carece de toda continuidad narrativa. Hace fugaz a la vida misma. Los objetos digitales no nos permiten detenernos. En esto se diferencian de las cosas.

Los retratos analógicos son una especie de naturaleza detenida. Tienen que expresar a la persona. Debido a ello, ante la cámara, nos preocupamos mucho por dar una imagen que esté en armonía con nosotros mismos, por acercarnos a nuestra imagen interior, por sentirla. Hacemos una pausa. Nos volvemos hacia dentro.

Por esa razón, es frecuente que los retratos analógicos parezcan serios. Las poses también son discretas. Las selfies, en cambio, no son un testimonio de la persona. Anuncian la desaparición de la persona cargada de destino e historia. Expresa la forma de vida que se entrega lúdicamente al momento. Las selfies no conocen el duelo. La muerte y la fugacidad les son del todo ajenas.

Notas finales

Quizá usemos la internet de las cosas para combatir ese temor tan arraigado a que las cosas puedan hacer travesuras en nuestra ausencia. Las "infoesferas" ponen grilletes a las cosas. La internet de las cosas es su prisión: doma las cosas para que satisfagan, serviciales, nuestras necesidades. Intensifican nuestro egocentrismo. Todo lo sometemos a nuestras necesidades. Solo una reanimación de lo otro podría liberarnos de la pobreza del mundo.

El mundo actual es muy pobre en miradas y voces. No nos mira ni nos habla. Pierde su alteridad. La pantalla digital, que determina nuestra experiencia del mundo, nos protege de la realidad. El mundo se desrealiza en un mundo sin cosas, sin cuerpos. Al ego así fortalecido ningún otro lo toca. Se refleja en la espalda de las cosas. 

Que el otro desaparezca es realmente un acontecimiento dramático. Pero ocurre de forma tan imperceptible que ni siquiera somos conscientes de ello. El otro como misterio, lo otro como mirada, lo otro como voz desaparece. El otro, despojado de su alteridad, se rebaja hasta convertirse en un objeto disponible y consumible.

La desaparición del otro se extiende también al mundo de las cosas. Las cosas pierden su propio peso, vida e independencia. Si el mundo se compone únicamente de objetos disponibles y consumibles, no podemos entablar relación con él. Tampoco es posible entablar relación con la información.

Sin nada enfrente, sin un tú, solo damos vueltas alrededor de nosotros mismos. La depresión no es sino una exacerbación patológica de la sensación de pobreza del mundo. La digitalización ha contribuido a su propagación.

Las “infoesferas” intensifican nuestro egocentrismo. Todo lo sometemos a nuestras necesidades. Solo una reanimación de lo otro podría liberarnos de la pobreza del mundo.

El silencio agudiza la atención hacia el orden superior, que no tiene por qué ser un orden de dominación y poder. El silencio puede ser muy pacífico, incluso amistoso y profundamente gratificante.

Es cierto que un poder dominante puede imponer el silencio a los sometidos. Pero el callar forzado no es silencio. En el verdadero silencio no hay coacción. El verdadero silencio no es opresivo, sino elevador. No roba, sino que regala.

¡Anímate a transitarlo!

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¿Quién escribió el libro?

Nació en Seúl en 1959. Es un filósofo y ensayista alemán de origen surcoreano, teórico de la cultura, y profesor de Filosofía y Estudios Culturales... (Lea mas)

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